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miércoles, 12 de octubre de 2011

UN DIA PERFECTO

UN DIA PERFECTO

No creo en los días perfectos. En todo caso para acercarse a serlo, de ellos debería estar desterrado el reloj, el mayor incordio inventado por el hombre.
No dudo de su utilidad, pero tampoco de su cualidad de instrumento de tortura, asociado a la necesidad de un trabajo medido inexorablemente por los círculos que describen sus agujas.
Un día placentero para mí sería, desde luego, un día sin trabajo, en el que levantarse cuando el cuerpo lo pida. Para muchos sería no levantarse en todo el día.
Sin embargo, surge la primera disyuntiva si pienso que es un día de verano, en una playa que puedo pasear de madrugada y ver su amanecer sin gente, cuando solo algún barco de pesca sale del puerto o regresa hacia él, antes de que los bañistas abarroten la arena.
Tras el agradable paseo, solo o acompañado, volver a casa con pan tierno y croisan. Lo de llevar el periódico, no lo tengo claro, pues las noticias, no siempre son un buen ingrediente para acompañar al desayuno. Como aún es temprano sería opcional, antes o después de desayunar, volver a la cama y hacer el amor sin prisa alguna ( se da por sabido que no hay niños cerca que nos reclamen o rompan la magia del momento)
Tras levantarse, un largo baño y después de salir a la calle, tomar un vermú en algún chiringuito cercano al puerto y después comer en un restaurante con vistas al mar.
Si estoy en un lugar de montaña, lo de ver amanecer puede esperar y elegiría la opción de gozar de la cama más tiempo, a no ser que desee subir a algún pico. En este caso se requiere esfuerzo, cosa que para muchos está reñida con la perfección, ya que se suele sudar de forma algo menos placentera que en la otra opción.
Un paseo por un bosque de hayas o a la orilla de un río, sería el prólogo perfecto a una buena comida en algún restaurante con vistas a la Peña o las tres Sorores, por ejemplo.
Para mí la siesta no es algo necesario. A ser posible la comida  no debiera ser pesada, para no provocar ese sopor que tanto invade a muchos y les obliga a una buena cabezada hasta media tarde. Yo prefiero pasear de nuevo.
En una ciudad sin mar, pasaría la tarde en una plaza (la plaza mayor de Madrid o la de Salamanca), viendo pasar la gente, ante unas cervezas. En la playa me daría un baño antes de caer el sol, cuando la temperatura del agua se ha dulcificado y no hay tantos bañistas. Aunque lo mejor sería en una cala solitaria, en la que secarse con los últimos rayos del sol. También es un momento propicio para el amor.
En la montaña, siendo temporada, disfrutaría buscando setas, que degustaría a la plancha a la hora de cenar.
Aún saldríamos a contemplar el mar de noche mientras disfrutamos de un café, acompañado de una charla entre amigos.
Unos bailes en algún pueblo en fiestas, podría ser un buen colofón para un día, que nunca, a pesar de disfrutarlo, sería perfecto, pues quien sabe...


¿Cómo sería un día perfecto para un vagabundo? Tal vez sería no estar obligado a levantarse y dormitar al sol, sin la necesidad de buscarse la vida por un día. También que la temperatura fuera la ideal para estar todo el tiempo a la intemperie y sentirse como en casa.
Para un africano del sahel tener a mano el agua y la comida y no tener que gastar energía en procurársela.
Para un preso, dejar de serlo durante ese día. Lo demás correría por cuenta de su imaginación
Para un monje de clausura no puedo siquiera imaginarlo.
Para un niño, jugar hasta caer rendido a mil cosas distintas.

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