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domingo, 16 de octubre de 2011

MIRADAS

MIRADAS



La mirada abre al mundo lo que el alma esconde.
Si difícil es disfrazar, al hablar, las emociones, las sacudidas interiores que experimenta el ser humano, más lo es hurtarlas al mirar a los ojos de alguien.

“Mírame a los  ojos cuando te hablo” se le dice a aquel del que sospechamos escuda tras los párpados la verdad que queremos descubrir.
“Has de mirar de frente a la vida”, decimos a alguien que no afronta las cosas como son o siempre busca excusas para no actuar ante situaciones que lo exigen.

Hay miradas que matan o hieren, aunque no lo hagan de forma litaral y sangrante.
Hay miradas perdidas que jamás vuelven a encontrar el querido sujeto que vuelva a darles vida.
Hay miradas limpias, de niños, que miran todo como si lo estrenasen.
Hay miradas turbias de odio, que tienen mal remedio, miradas de embriaguez que parpadean, lanzadas al vacío de rostros que no albergará, pasado el tiempo, la memoria.
Hay miradas obscenas, por encima del hombro o también por debajo del ombligo.
Miradas que escudriñan con la torpeza de la miopía o la alevosía persistente del inquisidor.

“Mírame y no me toques” dice, sin despegar los labios la modelo, la porcelana china o el cuadro que se exhibe en un museo.
Estar en el punto de mira, solo a veces puede tener que ver con la mirada. Otras muchas acaba teniendo que ver con la desgracia de ser el fatal blanco de un disparo, de un despido o una violación.
“Mirad”, proclama el prócer con su mano extendida apuntando a los astros, mientras la multitud galvanizada mira el dedo y no lo que señala.


Mirón no siempre fue un cotilla.
El mirador ni nos mira ni nos ve, aunque su sonido y la hechura de sus letras nos confundan.
La mirada se posa y en vano esperamos que levante el vuelo como si fuera una paloma.
La mirada se clava, aunque sean delicados y redondos nuestros ojos.
Se lanza la mirada y se recoge al igual que hacemos con la caña de pescar.
Una mirada dulce no contiene azúcar, pero se saborea con todos los sentidos y mucho más despacio.
Ojalá que los hombres se devorasen solo con la mirada.
Las miras, cuanto más altas más daño hacen al caer.
Detener la mirada no tiene connotaciones policiales.
Cuando tiendo la mirada no le pongo pinzas.
Atraer las miradas no significa coleccionar ojos.
La frases “andar con cien ojos” o  “ser todo ojos” parecen  ocurrencias de Dalí
Mirar con el rabillo del ojo es una forma sexual leve de mirar con él.
En las aduanas miran más las manos que los ojos de los aduaneros, sin que estos sean ciegos.
Una mirada de perro cazador acecha, la de un policía fisgonea, escruta y fulmina. La de un embaucador camela.
Ser pobre de solemnidad, más que no tener un duro es no tener a quien devolver la mirada.

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