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sábado, 6 de agosto de 2011

La gran excusa

La gran excusa
se escuda
tras una niebla roja
de sangre

Estamos acostumbrados a las pequeñas excusas, para no acudir a una cita o a una invitación no deseada. Pero las excusas que se utilizan para involucrar a todo el mundo en una guerra, más que excusas son grandes trampas en las que nos sumergimos los humanos, sin medir las consecuencias.

Hablo, naturalmente de la guerra de Irak, precedida por la de Afganistán.
Ni en uno, ni en otro caso, las excusas para la invasión, han visto su objetivo cumplido.

Ni se ha encontrado a Bin Laden, ni las armas de destrucción masiva.

Mientras tanto, éstas han actuado, dirigidas desde aviones americanos, provocando cifras de muertos difíciles de precisar. El uranio empobrecido ha quedado emporcando los suelos de la antigua Mesopotamia, el país regado por dos grandes ríos, el Tigris y el Eúfrates.

¿Cómo se juega ahora lo que en el siglo XIX llamaron “El Gran Juego”?

Es difícil ponerse en la piel de los habitantes integrados en las fronteras de Irak.
Habría que hacer un esfuerzo de comprensión, repasando la historia humana.

Un elefante en una cacharrería no puede moverse sin que peligre todo el género a su alrededor. Pero el símil del elefante se queda corto, pues se trata de vidas humanas, a las que se desconcierta y se humilla, con una invasión que tiene como excusa algo inexistente, al menos hasta entonces, en el suelo irakí.

Hace tiempo que Bush y su camarilla especulan con nuevos objetivos, entre ellos Irán.

¿Cómo se puede querer seguir jugando con fuego en vez de diálogo.

¿Se trata de seguir fomentando el error y el horror o alguna vez puede haber más cordura en lo que respecta a nuestra presencia como especie en la tierra?

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