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lunes, 29 de agosto de 2011

El gran juego

El gran juego


Hace ya mucho tiempo que el sol nos alumbra y nos da calor. Lo conocen bien los touaregs y los hombres del Sahel. También los duros habitantes de las altiplanicies asiáticas o americanas. Lo llevan grabado en la tez, que se va arrugando como las manzanas, al calor y el frío de la intemperie.

¿Cuántos de los pueblos arrinconados están ausentes?

Más de uno y más de ciento, si nos paramos a pensar un poco. El abrir caminos al conocimiento y la posesión se convirtió en una competición para los países en liza.

Leía hoy lo del cambio climático en Rusia y el efecto que causa en los osos y en los erizos, sobre todo.

Un juguete la tierra para seguir jugando con él de la manera en que lo hacemos?

Inglaterra se hizo con “la Joya de la Corona” y la reina Victoria se convirtió en emperatriz.
Ella, como un negociante británico más, tenía participación en el negocio del opio.
La adormidera se cultivaba en India y luego se exportaba. A pesar de las protestas de los chinos, el sagrado mercado libre invadió China con esta droga, a la que se consideraba un objeto más de compraventa, tan inofensiva y tan legal como el comercio de armas.

Entonces, como hoy ocurre con los Estados Unidos, nadie discutía la supremacía de Inglaterra y no solo callaron, sino que aprovecharon la ocasión para hacerse con algún cado de aquel gran mercado.

Hoy la historia se repite, pero los actores, aunque son los mismos, han intercambiado sus papeles estelares.

DESDE LA ALTURA

DESDE LA ALTURA

Imágenes nocturnas del planeta. Norteamérica y Europa rebañadas en luz, a vista de satélite. Oscura vastedad del corazón de África y la gran tripa de América del Sur. Se apiña la blancura en el extremo sur y este de Asia y a oscuras permanecen las estepas, los desiertos y las altas planicies del gran Tibet.
La intensidad de luz en nuestro globo marca aquellos lugares donde más y menos pueden llegar a verse las estrellas.

Sin duda, hoy somos más los que alumbramos de forma artificial la noche, incluso para adornar los monumentos y dar más valor a la postal que al inútil gesto del derroche.
Guerras interminables por controlar la energía e iluminar cada vez más espacio de la noche.
Junto a las costas atestadas de luces será difícil ver el tsunami lento al que ayudamos.
Se apagarán un día, bajo el agua, las farolas de los malecones, se cubrirán las costas con agua de deshielo y no solo Venecia ahogará sus torres y palacios bajo el fluir del agua. Serán, en esas fotos tomadas desde el cielo, candelas apagadas por un tiempo en que urge a poner remedio, cuando aún es un deseo el no herir más este hogar del que no somos dueños.


13-1-2007

EL ABANDONO DE LA EXISTENCIA, 31.10.06

EL ABANDONO DE LA EXISTENCIA, 31.10.06



Abandonar la existencia siempre es prematuro. Querríamos prolongar nuestra vida, a pesar de todo, mas allá del tiempo que nos ha tocado en suerte.

Desde muy antiguo, los humanos rodean sus cadáveres de flores, alimentos y objetos que les han servido en vida, con la esperanza de que aún puedan ser útiles en ese lugar que ninguno de los vivos conoce.
Se embalsama a los muertos y se les congela. En eso no hemos cambiado desde el Nenderthal. Deseamos que quede entre nosotros para siempre la inteligencia del sabio, el genio del artista único, el carisma de los hombres públicos notables, la fuerza vital de los deportistas más admirados...
Sabemos, sin embargo, que somos igual que las manzanas, o cualquier otro fruto que caerá del árbol, se sumará a la tierra y seguirá, de forma diferente, formando parte de un todo que no deja nunca de cambiar.

Lo que no podemos soportar es la idea de dejar de ser protagonistas, de no seguir habitando un curepo que, en su día, resultó ser hermoso y nos proporcionó placer, de saber que el resto de humanos seguirá lo mismo sin nosotros, buscando una manera de prolongar la vida sin tener que abandonar de forma prematura la existencia.

viernes, 26 de agosto de 2011

Seres de agua

Seres de agua



Vivimos sobre un planeta azul.
Es el color del agua.
Un diminuto resplandor en un perdido rincón del universo.
Un agitado estanque circular del que un día salimos para poblar la tierra.
Hoy lo sabemos, cuando hemos logrado mirarlo en la distancia.
Fue nuestro primer espejo, donde cada rostro humano o animal, que se asomó a beber, se vio por un instante.
Todos los seres, que habitamos este oscuro rincón de luz prestada, tenemos algo en común, la sed.
Si algo nos anima a habitar un espacio de forma permanente es la certeza de la lluvia o la seguridad de que el agua fluye a nuestros pies, más preciosa que el oro, más necesaria que cualquier otra riqueza imaginable.

Me reitero, aunque llegue a pecar de pesado, en lo del braguetazo de la Iglesia (y no es por volver a tocar el tema sexual, que también daría para largo).

Si hubiese un abismo para los pedigüeños, irían a caer en él unos cuantos obispos, como en el sumidero de un desagüe.
Lo mismo serviría para lo que les sobra de demagogos. Los "pobres" se conforman con el cero dos por ciento de no se sabe qué. Ellos no dejan de ladrar por menos del cero ocho por cien de los impuestos.
Lo malo es que seguirán colándose hasta en nuestros bolsillos, no se sabe hasta cuando.

Vaya tropa que se no ha impuesto.

Y ya va para siglos.

Un abismo de tiempo

VIAJE A LA INDIA.

VIAJE A LA INDIA.

Cua
ndo alguien como yo, que no ha viajado a la India, se plantea escribir sobre ese gran país, aparece un enjambre o maraña de imágenes dispersas, como piezas de un gigantesco puzzle, imposible, no solo de completar, sino de ofrecer una visión coherente de él.

Busco en revistas de viajes, a las que soy muy aficionado y encuentro gran cantidad de artículos. En ellos sus autores reconocen la misma incapacidad para condensar su esencia múltiple, volátil y a la vez permanente en tan solo unos folios y unas fotografías.

La tentación de recurrir a la historia para explicarla es como intentar sacar retales de un baúl, deshilachados, imposibles de hilvanar desde los márgenes a los que condenamos aquí toda historia que no se relacione directamente con Europa.

A los más antiguos habitantes se van superponiendo otros, venidos de las altiplanicies del centro de Asia, arios, mongoles, tibetanos, semitas del oeste, chinos y birmanos del este , negros africanos (llegados como esclavos al Gujarat)…

Surgen los tópicos, que sirven para China o Egipto. La presencia de ríos que nacen en un reino distinto al de la tierra, en un cielo de hielo hacia el que caminan, hoy como ayer, miles de peregrinos.

Nombres como el del monte Kailas, en el Tibet, evocan el profundo fervor hacia la madre tierra, de la que mana el agua sagrada. Agua de vida en la que se sumergen los yoghis, junto a nieves perpetuas y glaciares que también retroceden. Agua que trae la muerte cuando se une al imparable y torrencial monzón.

Los Himalayas cierran la frontera, que nunca fue impermeable, ni tampoco fácil de surcar. Desde el Techo del mundo donde habitan los dioses fluye la sangre transparente hacia la morada de los hombres, empeñados en vivir junto a su lecho, cada vez más oscuro en su viaje hacia el mar.

Los hindúes creen que a través del Ganges fluye la energía seminal de Siva y lo recuerdan con miles de lingams o falos de piedra junto a su curso.

Las religiones indias incluyen la creencia en la reencarnación como una forma de fundirse interminablemente con el cosmos cambiante, con la
vida que fluye en los bosques, el desierto, los montes, las aldeas y también las ciudades. Animales sagrados como los elefantes esculpidos en piedra se mezclan con mujeres  y hombres  que se aman, mostrando abiertamente la importancia del sexo en barrocas fachadas de piedra, tan habitadas de imágenes como lo están de humanos las populosas calles de Calcuta, de Delhi, de Bombay…

En pocos lugares de la tierra los contrastes son tan radicales como en India. Sus marajás fueron lo que hoy son los emires del petróleo, al menos en imagen de derroche y lujo desmedido.

Sus mendigos se cuentan por millones.

La India tiene proyectos de viajes turísticos al espacio, mientras hay zonas cuyo acceso solo es posible a pie y con gran esfuerzo.

Mientras hay sitios, sobre todo en las montañas, que apenas se han transformado en su paisaje, Bhopal representa el “Chernobil” indio, una ciudad envenenada.

Un pasado cargado de tradiciones.

El presente no las arrincona, las incorpora como si fueran nuevas piezas  de un gigantesco edificio, en el que caben todos los colores, todos los seres.

Unos desaparecen. Enseguida otros nacen y los sustituyen. Permanece la división social en castas.
Desaparecen poco a poco especies animales como el tigre.
Surge una industria de cine, con tanto eco como la de Holiwood y con más adeptos (al menos en Asia y parte de África)

En la India se desguazan los barcos inservibles que desecha occidente (Salgado retrató a los peones que, por poco dinero, hacen una labor de hormigas).

En el país de Ghandi y de la no violencia, sus fronteras son una fuente continua de conflictos (Sobre todo con Pakistán y China). Lástima que un país tolerante, no pudiera albergar en su seno a hindúes y musulmanes.

Quizá si algún día tenemos la oportunidad de ir a la India, lo mejor sería dejar a un lado la memoria y visitarla como recién nacida para nuestros sentidos.

Claro que al poco tiempo habrá cambiado, aunque sea la misma.

lunes, 22 de agosto de 2011

¿ADIVINAN?

¿ADIVINAN?

Era mucho más tarde que la amanecida.
Junto al desayuno que me trajo el empleado del hotel, ví su cara.
Otra vez ese bigote espeso que empieza a clarear.
Estaba en la portada, sentado en el suelo " a la americana", según rezaba al pie de la imagen.

Ya no solo  era la sombra alargada flotando permanente sobre su heredero.

Era su imagen rotunda, recordando los pies sobre la mesa en el cuarto de estar de su querido Jorge.

Ayer decía ofrecerse para acabar con el populismo que invade el cono sur del continente hermano.

Hoy él mismo era la viva imagen de un populachero almidonado.

Me pellizqué dos veces, por ver si despertaba, pero no, no estaba dormido. Allí siguió su cara, como si no se hubiera ido, ni estuviera dispuesto a hacerlo nunca.

Allí siguió su cara como una pesadilla.

KABUL

KABUL
Amaneció de nuevo entre las ruinas.
Otra vez vi tu rostro carcomido
el gris de tus paredes sin esquinas
a las que el sol no curará del frío.

Las que ayer fueron casas, hoy son cuevas
excavadas a mano en los escombros
sin ventanas para mirar estrellas
ni otra luz con que aliviar los ojos.

Quedó la guerra pintada en los umbrales.
La paz sombría no se llevó el burka.
Dejó las minas en los arrabales.
Hoy ninguna cometa el cielo surca.

Aún postrada, te pone como ejemplo
el loco emperador que te visita.
Triste ciudad, ajada por el tiempo.
Para ser “democracia” ya estás lista.

Te quieren los señores de la guerra.
Te desean los fieros talibanes.
En tus campos se planta adormidera
para seguir armándose los clanes.

Heroína, pasada la frontera,
se riega por las calles de ciudades
que pagan sus tributos a la guerra
con adictos que mueren en sus calles.

Amaneció de nuevo entre las ruinas.
Otra vez vi tu rostro carcomido,
el gris de tus paredes sin esquinas
a las que el sol no aliviará del frío.

EL CUENTO DE NUNCA ACABAR

EL CUENTO DE NUNCA ACABAR


Aún no había visto “El jardinero fiel” y hace poco que leí la novela. La película tiene el mismo tratamiento de “puzzle” que la novela. También deja el mismo regusto amargo de un África sin soluciones, campo de pruebas de las multinacionales, paraíso de la corrupción a gran escala, un espejismo cada vez más poblado, donde la muerte campa a sus anchas.
Junto a la belleza mineral del lago Turkana, la fealdad muchedúmbrica del barrio de Kibera, en Nairobi, rebosante de gente. Entre la basura y la pobreza, los cantos y la frágil sonrisa de los niños.
Son estos extremos los que encierran la seducción que África ejerce sobre mí y creo que, también, sobre otros muchos.
A pesar de las selvas arrasadas, hay semillas prestas a germinar.
A pesar de la presencia de la muerte en tantos sitios, la vida rebosa en multitud de rostros que albergan esperanzas.

Hay dos escenas que no están en la novela, que considero clave en la película.

En la primera el protagonista, desde su cuatro por cuatro deja marchar a un niño de doce años, con su sobrino recién nacido en brazos, a pesar de que deberá andar cuarenta kilómetros a pie hasta llegar a su aldea.

En la otra, el piloto de un avión hace descender a un niño y lo deja a su suerte en una aldea atacada por bandidos (Ya sabemos como las gastan en Darfur).

En ambas escenas, la razón para no involucrarse es que si ayudan a un africano, debarán hacerlo con millones y eso no es posible.

Algo parecido sirve de polémica entre periodistas. ¿Vale más la foto y no inmiscuirse, que salvar una vida cuando es posible, aunque se resienta la noticia?

¿A qué se debe el hombre si no es a sí mismo?

A la hora de la verdad no parece ser así.
Siempre aparecen escudos que nos protegen y nos justifican para no hacer nada.

Mientras tanto ha reventado otro oleoducto en Nigeria (cerca de Lagos). ¡Tanta riqueza alimentando cada vez más pobreza!




África no es solo un campo de pruebas en cuestiones de salud. Muchos piensan que el SIDA fue el fruto de algún experimento. Las ciudades crecen tan rápido que los nuevos habitantes no tienen lugar de acogida ni un mísero trabajo. El fenómeno no es nuevo pero lo explosivo de la situación tal vez si.
Si es nuevo el desarraigo de los niños soldados, a los que se unen los millones de huérfanos del sida. También es cada vez más evidente la desintegración de familias y de aldeas.

Siempre tendemos a eludir las conexiones entre el petróleo africano que consumimos y la pobreza de los que lo ven pasar ante sus narices sin poder comprarlo ni consumirlo.
Tampoco solemos dar mucha importancia a la relación entre el tráfico de armas a gran escala y la huida que provocan las guerras (hechas con esas armas) hacia nuestra sociedad del bienestar. Tampoco pensamos de donde provienen los diamantes que lucen los ricos entre ricos, ni en las manos cortadas que ha traído consigo su recolección, ni en la gente que han obligado a desplazar.

Tenemos tendencia a pensar en Africa como un continente condenado, a pesar de que son cada vez más los que se acuerdan de que existe.

Tal vez queda solo la esperanza de no sucumbir entre el óxido y la sal del Turkana.

No permanecer inertes, como una piedra más que nunca dijo nada.

Estreno de año viejo

Estreno de año viejo


No ha tardado mucho este 2006 en atraer nubarrones a un comienzo “tranquilo”. No puedo dejar de escribir del Medio Oriente, ni tampoco de África. El petróleo es el hilo conductor que acerca historias lejanas en el espacio pero gemelas en la esencia. La escasez de energía nos acucia para buscar salidas que permitan asegurar el suministro, adecuado al estándar de consumo adquirido. Las reservas dan síntomas de reservarse aún más. Se encarece cada día el acceso a ellas. Calefacciones a gas, millones de coches funcionando con derivados del petróleo. Se replantean algunos países volver a abrir nuevas centrales de fisión.

Lo que yo me pregunto es: ¿Por qué los nigerianos intentan asaltar conducciones o depósitos de petróleo?

La respuesta es compleja, pero una razón fundamental es el precio que  le cuesta a un nigeriano su propio petróleo.

Sobre el Delta del Níger se han instalado las compañías extranjeras de extracción y lo están machacando, lo mismo que a sus gentes.
Tal fue el caso de Ken Saro Wiwa, escritor asesinado, perteneciente al pueblo Ogoni, uno de los que habitan el gran Delta del Níger.
Este pueblo protestó contra la contaminación de sus manglares y el envenenamiento de sus tierras a causa de la explotación irracional y poco respetuosa de los pozos de petróleo.

¿Seremos capaces los humanos de dejar de avasallarnos entre nosotros mismos algún día?

viernes, 19 de agosto de 2011

¿Para qué tanto ruido?





¿Para qué tanto ruido?



Hoy es abril y el hielo ha desaparecido. El bosque se ha poblado de pájaros que hablan. Prefiero oír su canto que escuchar panegíricos post-mortem sobre el papa que se ha ido.

Toda la parafernalia que acompaña a la agonía, la muerte, exposición y entierro del último papa no provoca ruidos o estridencias en el sentido literal, pero la cobertura mediática, en prensa, radio y televisión no tiene precedentes. Nunca se ha hecho tanto ruido por la muerte de un simple mortal.

Da la impresión de que ya no hacen falta concilios para renovar la fidelidad de los católicos hacia la autoridad eclesiástica. Es más eficaz bombardear desde la televisión, con panegíricos y alabanzas a un personaje que, como cualquier humano, fue contradictorio, pero que, como decía Roman Gubern, fue consecuente hasta el final con su vocación de hombre de teatro.

En los noticiarios, en los programas matutinos de marujas, en los concursos y hasta en la telebasura aparece la presencia subliminal (o no) del “Santo Padre”, del que todos, parecen ahora hijos agradecidos.

Es como cuando, en las misas, uno duda de si echar, su óbolo o limosna, en la bandeja y se siente obligado a hacerlo porque los demás lo han hecho. Así se crea una reacción en cadena y todos pican para evitar la mirada reprobatoria del sacristán o el monaguillo, que recoge el impuesto “voluntario” a mano alzada, con ruidito incluido; el de la moneda que choca contra el montón de ellas y el que provoca el movimiento de muñeca del pedigüeño para acomodarlas en el cestaño o la bandeja y llamar la atención del siguiente feligrés.

Me parece legítimo no levantarse del asiento en el Congreso de los Diputados por no querer celebrar la memoria de un hombre que, sin dudar de sus buenas intenciones, se empeñó de manera tan cerril en descalificar el preservativo para evitar embarazos y condenar la unión de parejas homosexuales.

La jerarquía eclesiástica puede gozar nuevamente, estos días, de ser el centro de atención, eclipsando en las noticias a las guerras, las catástrofes, la muerte de otros jerarcas o la boda de un príncipe que, tal vez, nunca dejará de serlo.



El colapso de Roma para los funerales del Papa ha dejado pequeña a cualquier romería o peregrinación. Tal vez pueda volver el Vaticano a entrar en el Guiness de los records en eso de congregar multitudes y sentir que durante la eternidad de dos semanas (lo sería para cualquier asunto de actualidad), estará en el ajo, en el meollo, en el ojo del huracán informativo. Sus desfiles de cardenales y obispos eclipsarán cualquier pasarela que se precie. En los programas no se oirá el frú-frú de las sedas, pero sí el sonido de los cánticos y las celebraciones. Verán reconocida de nuevo su autoridad, aunque no sea más que protocolo, en los besamanos. Los jefes de Estado y sus esposas besarán anillos cardenalicios. Dictadores y autócratas compartirán mesa en las recepciones con la curia vaticana.

Un Gran Hermano a gran escala, cuya visión apagará, por unos interminables días, el ruido de los misiles, los lamentos de la hambruna, las protestas contra nuevos casos de pederastia, entre  la expectación de los cónclaves y las deliberaciones secretas a puerta cerrada. La tradición obliga.

Así hasta que, de nuevo, una silenciosa fumata blanca anuncie el fin del programa y, como en los fuegos artificiales de un fin de fiesta, los congregados en la plaza de San Pedro conviertan el murmullo en una aclamación estruendosa.

Al día siguiente, solo quedará el sonido que produce la limpieza del gran plató, pasando a la acción los barrenderos y los basureros, para dar paso finalmente y de nuevo a las interminables procesiones de turistas.

PÉSAME A BAM


PÉSAME A BAM




Bam, me recuerdas con tu nombre
a otro lugar envejecido y seco,
aunque no tan desecho como tú,
ciudad arrasada por un cataclismo.

Como  si fueran pocas las amenazas.

Bani luce al sol las mezquitas de barro y de ladrillo,
su alma moribunda aún alberga niños en sus calles,
un trópico africano que lucha contra la arena o huye de ella,
como sus gentes, que se fueron marchando poco a poco y ahora
sus sombras vagan lejos más allá del desierto y de los mares

Como la plaga  aquella que vació de gentes las aldeas,
hoy marchan por millones a las urbes y se enredan en ellas como las hiedras.
Las viven y las mueren sobre el polvo y las noches de estrellas.

Hay quienes pronto vuelven heridos, maltratados por el crepitar
de la ciudad, donde aprenden de manera distinta a respirar.

Hay quien se adentra en la arena por alcanzar el mar.

La costa y el navegar albergan el mismo destino,
Europa la pudiente, la que blinda sus puertas y envejece.

Bam, hoy resuena tu nombre, en el aire,
como una condena o un presagio.


Tal vez tus calles vuelvan a ser refugio
cuando transcurra el tiempo suficiente
y las ruinas de nuevo estén en pie.

La tierra sigue siendo la dueña de si misma,
hermosa y cruel hasta el límite oscuro
de saber otra vez que apenas somos NADA.

MUJER


MUJER


Cada vez que adivino tu sombra,
mujer, entre las ruinas,
sé que no durarían si de ti dependiera.

Sin embargo dudo cada vez que miro en las fotografías el rostro de Condoleza Rice.
Veo en él la misma impasible dureza que adivino en Donald Rumsfeld, la misma indiferencia que se esconde en la insulsa mirada de Georges Bush por los que han de morir para que se cumpla la estrategia.

Hablo de las mujeres cansadas de ver morir sus hijos, de esconder bajo el burka o el pañuelo las inútiles lágrimas vertidas de sus ojos, de mujeres que quieren libertad para ser ellas mismas, sin la cruel tutela de normas y de leyes, que dispongan a la postre de su vida. 

sábado, 6 de agosto de 2011

AIREAR LOS ARMARIOS

AIREAR LOS ARMARIOS


Hay algo que siempre me ha llamado la atención. Son los armarios que guardan esos papeles que se denominan “clasificados”. No estoy seguro de que en realidad sean armarios, sino más bien archivadores metálicos ocupando los sótanos de algún organismo del Estado en los que se almacena toda aquella información que se le hurta al ciudadano alegando motivos de seguridad. Asuntos que se encubren bajo ese  paraguas ambiguo que justifica el silencio durante años.
En Estados Unidos y en muchos otros países democráticos hay cuestiones que duermen en los armarios durante décadas y cuando despiertan a la luz pública, sus protagonistas han muerto. Si están vivos y lo que han hecho constituye un delito, este ya ha prescrito y no afectará para nada en la vida del presunto delincuente.
Han de transcurrir cincuenta años para que ciertos documentos sean desclasificados. Más tiempo, aún, si se trata de documentos secretos del Estado Vaticano.

En siglos pasados era casi imposible desclasarse, pasar de ser aristócrata para convertirse en plebeyo y más aún si la cosa era al contrario.
Igual de difícil resulta hoy desclasificar los papeles que pueden contener lo incalificable. La ayuda de algunas democracias a dictaduras como las de Pinochet, Mobutu, Bokassa, Obiang... Las que contribuyeron a armar a Sadam, mientras fue útil para hacer la guerra a Irán. Las que apoyaron a los talibanes para echar a Rusia de Afganistán y seguir combatiendo el comunismo.
Cuando sean públicos, esos papeles servirán tan solo para escribir la historia con la distancia suficiente para no salpicar a los que ha protegido un largo silencio.

Es así como los armarios del Estado se convierten en “cloacas”, palabra que se utiliza mucho para designar asuntos turbios que no llegan a debatirse nunca en el organismo más representativo de las democracias, el Parlamento, llámese Cámara o Congreso.

Algunas acciones son tan zafias que su constancia no llega, siquiera, a guardarse en los armarios, pues saltan a la prensa en tiempo real, como se dice ahora.

Una de las cualidades de las democracias debiera ser ventilar los armarios de “los padres de la patria” o limpiar las cloacas mucho más a menudo, sin tanto secretismo, porque si no la polilla, la carcoma, el mal olor, son lógicos efectos de esconder y amontonar la basurilla en los rincones más oscuros del armario y los que lo sufren son siempre otros y además no pocos.

PUEBLOS INVISIBLES

PUEBLOS INVISIBLES



Hay  pueblos enteros que son invisibles, tanto por su propia voluntad de esconderse, como por la necesidad perentoria de evitar, así, su propia extinción.
Su contacto, cada vez más inevitable, con la civilización no se produce en igualdad de condiciones

Los casos más significativos los encontramos en Sudamérica, África y en ciertos lugares de Asia y el Pacífico.

La cuenca del Amazonas ha ofrecido refugio a lo largo de miles de años a  grupos indígenas que han visto cambiar y desaparecer a sus vecinos. Las enfermedades habituales en Europa, en ellos hacen estragos, lo mismo hoy que hace quinientos años. Si a ello unimos la ambición o la necesidad de ampliar territorios de cultivo, de caza, la búsqueda de metales preciosos,  la tala de bosques y nuevos remedios farmacéuticos, tenemos un cóctel explosivo que agita la gigantesca selva hasta sus más recónditos confines.

¿Cómo preservar la existencia de esos pueblos, tal como viven y son y, a la vez, conseguir que, países como Brasil, prosperen y se modernicen sin destruir la riqueza de sus selvas y la vida misma de sus habitantes más antiguos y apegados a ellas?

Ni entre los pueblos del Amazonas, ni entre los de la Cuenca del Congo el sentido de la propiedad se ha arraigado hasta ahora. Sin embargo los nuevos ocupantes y explotadores de este, hasta hace poco, invisible medio  natural, buscan afianzar la propiedad o aumentarla. En esa carrera chocan con habitantes, que se sienten del sitio, aunque no lo posean con el aura sagrada que otorgamos nosotros, los occidentales, a la propiedad privada.

Para ellos, la tierra, los ríos, las plantas y animales no son propiedad de nadie.

Para las empresas farmacéuticas lo importante es llegar a controlar patentes de fármacos extraídos de plantas que se encuentran allí.

Para los garimpeiros, encontrar el oro que les saque de ser pobres.
Para las empresas madereras, conseguir un buen precio por las maderas tropicales que talan y sacar de ellas grandes beneficios.

¿Cómo no querer esconderse de quien se acerca a la selva como a un supermercado y ni siquiera repone los estantes que deja vacíos?

¿Porqué, al hacerse visibles, esos pueblos se convierten en lo más residual de los estados en que habitan, a veces sin saberlo siquiera?

Da igual que se trate  de esquimales, yanomamis, bosquimanos o pigmeos.

Antes de que desaparezca su sabiduría, pensemos en lo que ellos conocen de la tierra que les ha dado cobijo y alimento durante tanto tiempo, cómo la han amado y respetado para  poder seguir viviendo sobre ella.

Ahora es el momento de conseguir que no se hagan invisibles definitivamente o todos perderemos con ello.

La gran excusa

La gran excusa
se escuda
tras una niebla roja
de sangre

Estamos acostumbrados a las pequeñas excusas, para no acudir a una cita o a una invitación no deseada. Pero las excusas que se utilizan para involucrar a todo el mundo en una guerra, más que excusas son grandes trampas en las que nos sumergimos los humanos, sin medir las consecuencias.

Hablo, naturalmente de la guerra de Irak, precedida por la de Afganistán.
Ni en uno, ni en otro caso, las excusas para la invasión, han visto su objetivo cumplido.

Ni se ha encontrado a Bin Laden, ni las armas de destrucción masiva.

Mientras tanto, éstas han actuado, dirigidas desde aviones americanos, provocando cifras de muertos difíciles de precisar. El uranio empobrecido ha quedado emporcando los suelos de la antigua Mesopotamia, el país regado por dos grandes ríos, el Tigris y el Eúfrates.

¿Cómo se juega ahora lo que en el siglo XIX llamaron “El Gran Juego”?

Es difícil ponerse en la piel de los habitantes integrados en las fronteras de Irak.
Habría que hacer un esfuerzo de comprensión, repasando la historia humana.

Un elefante en una cacharrería no puede moverse sin que peligre todo el género a su alrededor. Pero el símil del elefante se queda corto, pues se trata de vidas humanas, a las que se desconcierta y se humilla, con una invasión que tiene como excusa algo inexistente, al menos hasta entonces, en el suelo irakí.

Hace tiempo que Bush y su camarilla especulan con nuevos objetivos, entre ellos Irán.

¿Cómo se puede querer seguir jugando con fuego en vez de diálogo.

¿Se trata de seguir fomentando el error y el horror o alguna vez puede haber más cordura en lo que respecta a nuestra presencia como especie en la tierra?